Hace un año y medio que regresé a la Argentina luego de haber elegido abandonar mi zona de confort. Viajé durante 10 meses por Brasil y Venezuela junto a mi hermoso compañero de vida (¡sí! y todo vía tierra, desde Buenos Aires hasta prácticamente el límite de Venezuela con Colombia, excepto el tramo que hicimos en barco para cruzar el Amazonas… sí, estuvo increíble).
Llevé años y años soñando con recorrer lugares a los que “me llevara el viento”, sintiéndome libre, liviana y minimalista, es decir, cargando solo lo necesario; una mochila, una cámara fotográfica y el incontrolable deseo de “darle la vuelta al mundo”. Una voz me decía: “tenés que hacerlo, tenés que hacerlo. Animate”.
Sin embargo, mientras me concentraba en terminar la facu para recibirme, el tiempo iba pasando, hasta que con mi novio (luego de algunos desencuentros, en otro post conocerán la historia) dijimos: “este es el momento.” Así que así fue. Renunciamos a nuestros trabajos, a nuestra rutina y a lo conocido, «dejando todo», como dicen algunos.
Como este es mi primer post, sentí que no podía dejar de comentar esta maravillosa y única experiencia de viaje que me cambió rotundamente la vida, la cabeza y mis creencias.
La mayor enseñanza que me dejó fue que siempre hay que tener la mente abierta para crecer, descubrir, encontrarse con uno mismo y animarse a hacer todo, pero todo lo que queramos, porque claro… la VIDA es UNA: en serio.
Viajar es un camino prácticamente obligado a salir de nuestra zona de confort porque requiere de una apertura mental para adaptarse a nuevas comidas, horarios, culturas, costumbres y, por supuesto, personas. Pero lo interesante es que, en verdad, viajar no es el único modo existente para salir de lo conocido.
Obviamente que, en ese contexto uno, está mucho más abierto, pero la realidad es que el cambio de mentalidad, es un trabajo de todos los días que se logra tras ir modificando pequeñas cosas, tales como: el lugar donde nos sentamos en la mesa, un adorno, los muebles, los lugares que ocupamos en la familia, en las amistades, en la ciudad, en el trabajo. ¡Pero volvamos a mi viaje para entender cómo fue que me cambió tanto!
¿Cuál fue el mayor desafío de la gran aventura?
Mi recorrido por Sudamérica (Noreste argentino, Brasil y Venezuela) ha dejado huellas imborrables, no sólo porque verdaderamente fue una aventura (teniendo en cuenta todo lo que eso conlleva), sino principalmente por todos los fantasmas y desafíos que uno está cuasi obligado a enfrentar. No crean que la misión más dura fue obtener dinero, trabajo, bancarse no estar en las condiciones higiénicas más deseadas, conseguir alojamiento o estar lejos de mis seres queridos. Por supuesto que fueron grandes desafíos, solo que no fueron los más hostiles con los que tuve que lidiar…
¿Por qué? Porque la parte más dificultosa de todo el viaje fue el enfrentarme a mí misma cada día, desafiar a mi yo, a mi ego, a mi debilidad, a mi cansancio, a mis mambos, a mis dudas, a mis sueños, a mis travesuras, a mis riesgos, a mis ganas de soltar y, todo ese inmenso equipaje, en un país distinto, en una ciudad diferente, con gente variada, sin mis comodidades, fuera de mi zona de confort (que falsamente parece “algo seguro”), lo que se traduce en que los mambos más profundos, gritaban algo así como: «Heyy, no te olvides de nosotros. A donde vayas, ahí estaremos.»
Pero, por suerte, existen varias herramientas que nos ayudan a combatir esos demonios que nosotros mismos nos creamos (sí, nosotros y nada más que nosotros, porque si nos damos el espacio de adentrarnos en ellos, ¡sólo veremos que no hay nada!). ¿Qué locura, no? A lo mejor, nos pasamos años escuchando a esos demonios, poniendo tanta energía en ellos y, en tan sólo un segundo, sacamos el telón y vemos que no había nada…
¡Qué hermoso resulta ese instante en que nos cae esa gran ficha! El paisaje interior comienza a cambiar totalmente. Es como si hubiéramos tenido una nube negra que nos seguía de por vida y que, de repente, se disipa y nos muestra un paisaje alucinante: un cielo totalmente azul, despejado e inmenso, lleno de espacio para ser rediseñado con nuevos símbolos. Y es justo, en ese momento, cuando una sensación de total paz interior, invade nuestros días. Nos levantamos y nos sentimos nuevos, porque en verdad, ya no somos los mismos.
Aceptándonos
Cuando nos conectamos, escuchamos y aceptamos, RENACEMOS. No hay nada más duro que resistir contra nuestro propio ego, contra nuestro «yo» que dirige la razón y le indica cómo actuar, qué «sentir», qué decir, qué evadir, que no tolerar. En cambio, cuando optamos por meditar y reflexionar, escuchar esa rara sensación que nos proporciona el cuerpo para indicarnos que no estamos actuando de manera 100 % honesta en una situación, algo sana y así, una parte de nosotros, por más pequeña que sea, comienza a sanar de por vida.
¿Alguna vez saliste de tu zona de confort?
Claro que negarnos o mantenernos en la comodidad (no sólo material, sino también psicológica) resulta más «fácil». Hace poco leí una frase que decía algo así como:
«Lo nuevo es sólo para los valientes. Los cobardes deciden quedarse en el mismo lugar, aunque no sean felices.´´
Me resulta un poco fuerte la palabra «cobarde», así que preferiría omitirla o reemplazarla. Pero, te pregunto: ¿te considerás valiente?, ¿hay algo que estás anhelando hace tiempo y no te animás a hacerlo?, ¿alguna vez te propusiste cambiar una rutina, una costumbre, un hábito?, ¿expandir tus propios límites desafiándote a vos mismo? Te puedo asegurar que si aún no lo hiciste, vas a encontrar grandes respuestas sobre vos mismo y, particularmente, grandes virtudes que ni te imaginabas.
Sé que no es fácil y que da miedo. Estamos tan invadidos y presionados por preconceptos, ideas, estructuras, esquemas sociales, gente que habla como si supiera lo que es bueno para uno…
En fin. Podría seguir y seguir haciéndote tantas preguntas, que precisaría crear mil entradas, así que creo que por hoy (y por ser mi primer posteo), está muy bien. Sólo agrego lo siguiente: por favor, no dejes que nada ni nadie te impida luchar por lo que querés, por lo que deseás, por lo que sentís. Lo único que en verdad importa, es lo que sentimos, y no lo que la razón nos hace creer que queremos. Aunque suene cliché, muy cliché, es real: escuchá tu corazón y a todo tu cuerpo.
Así que, te pregunto por última vez: ¿Te considerás valiente?, ¿hay algo que estás anhelando hace tiempo y no te animás a hacer?, ¿alguna vez te propusiste salir de la zona de confort?
Abrite a lo desconocido
Créditos imagen: Freepik
No te estanques en lo fácil, en lo conocido, en lo cotidiano. Te invito a que te permitas abrir tu mente, expandir tus sentidos y a romper estructuras. Vas a ver que un mundo increíble te está esperando ahí afuera.
A fin de cuentas, no hay nada más reconfortante que ser uno mismo.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: 6 películas sobre viajes que probablemente no conocías y mi experiencia con plantas maestras